¿Por
qué?, ¿a qué se deben estas ganas de martirizarte la mente? Que incapaz eres al
momento de olvidar; el recuerdo te abraza, y lo bueno que fue te inunda cual
diluvio que da paso a una cuaresma de minutos, donde un cumulo de emociones te avasallan
-en forma de lágrimas- las cuencas de tus ojos. Buscas refugio en las palabras
mientras las ideas constantes y desordenadas practican una suerte de orden bajo
tu inútil mando. No logras más que recordar.
Te rindes y te sumerges en momentos, sabores, olores, risas y miradas. Te
preguntas mil veces ¿por qué? Y te das mil respuestas distintas, pero ninguna
te apacigua.
¿Será
que a la distancia le hace bien el suicidio? Te formas esa interrogante en tu
psiquis y empieza aquel debate de moralidad que tanto te gusta. El fallo es a
favor de la vida, del perdón, de la felicidad. La idea de un verdugo se aleja,
dejando en su lugar una sonrisa, y vaya que sonrisa. Hay un intento de reproche
interno, una vocecita que lanza dos interrogante al aire -¿hasta cuándo tanto
optimismo?, ¿Por qué te permites dejar pasar tanto desamor?- Le respondes
temeroso la primera – ¡Hasta que aguante!- y con un convencimiento idílico le
contestas la segunda – imposible dejar que la oscuridad supere a la luz cuando
esta, después de todo, siempre se hizo presente-.
Creyéndote
airoso de esta justa medieval que se libró en tu interior, inhalas hasta que
tus pulmones ya no dan más, te haces a la idea de que todo está bien, te dices
a ti mismo <<ganaste la batalla>>;
y con una sonrisa recuerdas que aún queda guerra, y vaya que te la gozas…
Que maneras extrañas tengo para recordar.
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